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viernes, 24 de abril de 2009

Una introducción a Abraham - 'Pide y se te dará'



Una introducción a Abraham

Por Esther Hicks

—¡Esa mujer se comunica con espíritus! —decían nuestros amigos—. La semana que viene estará aquí, de modo que podéis concertar una entrevista con ella y preguntarle lo que queráis.
«Es lo último que deseo hacer», pensé, pero al mismo tiempo oí a Jerry, mi marido, decir:
—De acuerdo, ¿cómo podemos concertar una entrevista con ella?

Eso ocurrió en 1984, y en los cuatro anos que llevábamos casados, Jerry y yo jamás habíamos discutido ni habíamos cruzado una palabra airada. Éramos dos jóvenes alegres, que vivíamos felices y éramos compatibles en prácticamente todos los temas que se planteaban. Lo único que me molestaba era que Jerry divirtiera a sus amigos con sus anécdotas de veinte años atrás, relatándoles sus experiencias con la tabla ouija. Cuando nos encontrábamos en un restaurante u otro lugar público y yo presentía que Jerry iba a relatar una de sus anécdotas, me disculpaba educadamente (a veces no tan educadamente) y me refugiaba en el lavabo de mujeres, me sentaba en la barra del local o daba un paseo hasta donde habíamos aparcado el coche, donde permanecía hasta que había pasado el suficiente tiempo para que Jerry hubiera concluido su relato. Por fortuna, al cabo de un tiempo Jerry dejó de contar esas anécdotas cuando yo estaba presente.

Yo no era lo que se dice una chica religiosa, pero había asistido a suficientes clases de catequesis para desarrollar un profundo temor al mal y al diablo. Bien pensado, no estoy segura de que nuestros profesores de catequesis dedicaran buena parte de las clases a enseñarnos a temer al diablo o si era algo que yo tenía arraigado en la mente. En cualquier caso, eso es lo que recuerdo a grandes rasgos de esa época.

De modo que tal como me habían enseñado que hiciera, procuraba evitar todo lo que pudiera estar relacionado con el diablo. En cierta ocasión, de joven, estaba sentada en un cine al aire libre cuando al mirar por la ventanilla trasera del coche hacia otra pantalla contemplé una escena horripilante de El exorcista (una película que había evitado), y lo que vi, sin oír el sonido, me impresionó hasta el extremo de que tuve pesadillas durante varias semanas.

—Se llama Sheila —explicó nuestro amigo a Jerry—. Concertaré una entrevista con ella y os comunicaré cuándo puede recibiros.

Jerry se pasó los días siguientes tomando nota de las preguntas que deseaba hacer a Sheila. Me dijo que había varias que deseaba plantearle a alguien desde que era niño. Por mi parte, en lugar de hacer una lista de preguntas, traté de hacerme a la idea de que íbamos a visitar a esa mujer.
Cuando aparcamos frente a una bonita casa situada en el centro de Phoenix, Arizona, recuerdo que pensé: «¿Pero qué diantres hago aquí?» Nos encaminamos hacia la puerta principal y nos abrió una mujer de aspecto afable, que nos hizo pasar a una elegante sala de estar para esperar a que nos recibiera Sheila.

Era una casa espaciosa, amueblada con sencillez, pero elegante, en la que reinaba una insólita quietud. Recuerdo que sentí una profunda sensación de respeto, como si estuviera en una iglesia.
En éstas se abrió una puerta de gran tamaño y aparecieron dos atractivas mujeres vestidas con blusas de algodón y faldas de vivos colores. Por lo visto, Jerry y yo éramos las primeras visitas después de comer. Ambas mujeres presentaban un aspecto alegre y distendido, lo cual hizo que me relajara un poco. Quizá no resultara una experiencia tan rara como me temía.

Nuestras anfitrionas nos invitaron a pasar a un hermoso dormitorio en el que había tres sillas situadas al pie de la cama. Sheila se sentó en el borde de la cama y su ayudante en una de las sillas, junto a una mesa sobre la que había una grabadora. Después de que Jerry y yo ocupáramos las otras dos sillas, me preparé para la experiencia que me aguardaba.
La ayudante nos explicó que Sheila se relajaría y liberaría su conciencia, y que entonces Theo, una entidad No Física, se dirigiría a nosotros. Cuando eso ocurriera, podíamos hablar sobre cualquier tema que deseáramos.

Sheila se tendió en el borde de la cama, a escasa distancia de donde Jerry y yo estábamos sentados, y comenzó a respirar profundamente. Al cabo de unos minutos una voz que tenía un tono extraño dijo:

—Esto es el comienzo, ¿no es así? ¿Tenéis algunas preguntas que formular?
Miré a Jerry confiando en que estuviera dispuesto a empezar, porque yo sabía que no estaba preparada para hablar con quien quiera que se había dirigido a nosotros. Jerry se inclinó hacia delante, deseoso por formular su primera pregunta.

Cuando las primeras palabras de Theo brotaron lentamente de labios de Sheila sentí que me relajaba. Y aunque sabía que oíamos la voz de ella, también sabía que el origen de esas maravillosas respuestas era algo muy distinto de Sheila.

Jerry explicó que desde que era un niño de cinco años deseaba plantear a alguien estas preguntas, y las formuló tan rápidamente como pudo. Los treinta minutos de nuestra entrevista pasaron muy deprisa, pero durante ese tiempo, sin que yo pronunciara una palabra, mi temor ante la extraña experiencia remitió y disfruté una sensación de bienestar muy superior a todo cuanto había experimentado antes.

Cuando nos montarnos de nuevo en el coche le dije a Jerry:

—Me gustaría volver mañana. Quiero preguntarle algunas cosas.
Jerry se mostró encantado de concertar otra entrevista con Sheila, pues deseaba también formularle más preguntas.
Al día siguiente, a la mitad de la entrevista, Jerry me cedió a regañadientes el tiempo que nos restaba.
—¿Cómo podemos alcanzar más eficazmente nuestros objetivos? —pregunté a Theo. La respuesta no se hizo esperar:
—Meditación y afirmaciones.
La idea de meditar no me atraía en absoluto, y que supiera no conocía a nadie que la practicara. De hecho, la mera palabra me hacía pensar en personas postradas sobre un lecho de clavos, caminando sobre carbones encendidos, pasando años apoyadas sobre un pie o mendigando donaciones en el aeropuerto.
—¿A qué se refiere con lo de meditación?.
La respuesta fue breve y las palabras me tranquilizaron.
—Sentaos en una habitación tranquila. Poneos ropa cómoda y concentraos en vuestra respiración. A medida que vuestra mente se relaje, al cabo de unos minutos, liberad vuestros pensamientos y concentraos en vuestra respiración. Conviene que lo hagáis juntos. Así será más poderosa.
—¿Puede proponernos una afirmación que nos sea útil? —preguntamos.
—Yo (pronunciad vuestros nombres) veo y atraigo hacia mí, a por medio del amor divino, a los Seres que buscan la iluminación a través de mi proceso. El hecho de compartir esta experiencia nos elevará a los dos.
Las palabras que brotaban de Sheila/Theo penetraban hasta lo más profundo de mi ser. Me invadió una sensación de amor que fluyó a través de mí con una fuerza inaudita. Mi temor se desvaneció por completo. Tanto Jerry como yo experimentamos una sensación maravillosa.
—¿Podemos traer a nuestra hija, Tracy, para que la conozca? —pregunté.
—Si ella lo desea, pero no es necesario, pues vosotros (Jerry y Esther), constituís unos cauces.
Esa frase no tenía el menor sentido para mí. Me parecía increíble haber cumplido los treinta años y no conocer aquel detalle, suponiendo que fuera cierto.
La grabadora se detuvo y Jerry y yo sentimos una leve decepción al percatarnos de que nuestra extraordinaria experiencia había concluido. La ayudante de Sheila nos preguntó si deseábamos formular una última pregunta.
—¿Queréis conocer el nombre de vuestro guía espiritual? —preguntó.
Yo jamás habría preguntado eso, pues no había oído nunca el término «guía espiritual», pero me pareció una buena pregunta. Me gustaba la idea de tener un ángel guardián. De modo que respondí:
—Sí, ¿puede decirnos el nombre de mi guía espiritual?
—Según nos informan, te lo facilitarán dentro de poco —contestó Theo—. Tendrás una experiencia clariauditiva, y entonces lo sabrás.
«¿Qué es una experiencia clariauditiva?», me pregunté, pero antes de que pudiera formular mi pregunta, Theo dijo con tono concluyente:
—¡El amor de Dios penetra en vosotros!
Acto seguido Sheila abrió los ojos y se incorporó. Nuestra asombrosa conversación con Theo había terminado.

Cuando Jerry y yo abandonamos la casa nos dirigimos en coche hasta un lugar con preciosas vistas ubicado en la ladera de una de las montañas de Phoenix. Nos apoyamos en el coche y contemplamos la puesta de sol en el horizonte. No teníamos remota idea de la transformación que se había operado ese día en nosotros. Sólo sabíamos que nos sentíamos maravillosamente.
Ya en casa tomé dos nuevas y poderosas decisiones: iba a meditar, aunque no sabía muy bien lo que significaba esa palabra, e iba a averiguar el nombre de mi guía espiritual.

Así pues, Jerry y yo nos pusimos nuestras batas, corrimos las cortinas de la sala de estar, nos sentamos en unas cómodas butacas orejeras y colocamos una banqueta entre él y yo. Theo nos había recomendado que practicáramos juntos la meditación, pero nos parecía extraño, y la banqueta contribuía a paliar esa sensación.

Recordé las instrucciones de Theo: «Sentaos en una habitación tranquila, poneos ropa cómoda y concentraos en vuestra respiración». Pusimos el despertador para que sonara al cabo de quince minutos, cerré los ojos y empecé a concentrarme en mi respiración. Pregunté mentalmente: «¿Quién es mi guía espiritual?», tras lo cual conté las veces que inspiraba y exhalaba aire. De inmediato, mi cuerpo se quedó como dormido. No podía distinguir mi nariz de los dedos de mis pies. Era una sensación extraña pero cómoda, que me complació. Parecía que mi cuerpo girara lentamente, aunque sabía que estaba sentada en una butaca. Entonces sonó el despertador, sobresaltándonos.

—Hagámoslo otra vez —dije.
Volví a cerrar los ojos, conté las veces que inspiraba y exhalaba y sentí que mi cuerpo se quedaba dormido. Cuando el despertador sonó de nuevo dije:
—Repitámoslo.
De modo que pusimos el despertador para que sonara al cabo de otros quince minutos y volví a sentir que un entumecimiento invadía mi cuerpo. Pero esta vez noté que algo, o alguien, respiraba a través de mi cuerpo. Desde mi punto de vista, parecía como si un amor arrebatado fluyera desde lo más profundo de mi ser hacia fuera. ¡Era una sensación gloriosa! Jerry me oyó gemir suavemente y más tarde comentó que parecía como si estuviera en éxtasis.

Cuando sonó el despertador y salí de mi meditación, los dientes me castañeteaban de una forma inaudita. La palabra «zumbaban» se ajusta más a la experiencia. Los dientes me zumbaron durante casi una hora mientras yo trataba de relajarme y recobrar mi estado normal de conciencia.

En esos momentos no comprendí lo que había sucedido, pero sabía que había experimentado mi primer contacto con Abraham. Aunque no sabía qué había ocurrido, sabía que fuera lo que fuese era una experiencia magnífica. Y deseé que se repitiera.

Jerry y yo decidimos meditar todos los días durante quince minutos. Creo que durante los siguientes nueves meses no dejamos de hacerlo un solo día. Cada vez sentí un entumecimiento en mi cuerpo, o una sensación de separación del mismo, pero durante nuestras meditaciones no ocurrió ninguna cosa extraordinaria. Poco antes del día de Acción de Gracias de 1985, no obstante, mientras meditaba, mi cabeza empezó a moverse ligeramente de un lado a otro.

Durante los días siguientes noté que mientras meditaba mi cabeza describía un movimiento suave y fluido. Era una sensación maravillosa, como si volara. El tercer día que se produjo ese curioso fenómeno, durante mi meditación, me percaté de que mi cabeza no se movía de forma aleatoria, sino que parecía como si mi nariz trazara unas letras en el aire: «S-N-O-F».
—¡Jerry! —grité—. ¡Estoy dibujando unas letras con la nariz!

Y al pronunciar esas palabras experimenté de nuevo una sensación de éxtasis. Sentí que se me ponía la piel de gallina cuando esa Energía No Física me recorrió todo el cuerpo.
Jerry se apresuró a sacar su bloc de notas y a escribir las letras mientras mi nariz las trazaba en el aire: «SOY ABRAHAM. TÚ GUÍA ESPIRITUAL».

Posteriormente Abraham nos explicó que «ellos» son muchos. Se refieren a sí mismos en plural porque forman una Conciencia Colectiva. Nos explicaron que, al principio, las palabras «Soy Abraham» fueron pronunciadas sólo a través de mí porque yo imaginaba a mi guía espiritual en singular, pero que son muchos, y se expresan con una sola voz, por así decir, o un consenso de pensamiento.

Según Abraham: «Abraham no es una conciencia singular como creéis que sois vosotros, que moráis en cuerpos singulares. Abraham es una Conciencia Colectiva. Existe un Flujo de Conciencia No Física, y cuando uno de vosotros formula una pregunta, hay infinidad de puntos de conciencia que circulan a través de lo que consideráis que es una sola perspectiva (porque, en este caso, hay un ser humano, Esther, que lo interpreta o articula), y por eso creéis que es singular. Lo cierto es que somos multidimensionales, multifacéticos y formamos una multiconciencia».

Abraham nos ha explicado que no murmuran palabras en mis oídos, que yo luego repito para otros, sino que me ofrecen unos bloques de pensamiento, como unas señales de radio, que recibo a nivel inconsciente. Luego traduzco esos bloques de pensamiento en palabras físicas equivalentes. Yo «oigo» las palabras a medida que las pronuncian a través de mí, pero durante el proceso de traducción no soy consciente de las palabras que brotan de mis labios, ni recuerdo las que ya he pronunciado.

Abraham explicó que hacía mucho tiempo que me ofrecían esos bloques de pensamiento, pero como yo trataba de seguir las instrucciones de Theo al pie de la letra —concretamente, «cuando tu mente se relaje, lo cual hará al cabo de unos minutos, libera tus pensamientos y concéntrate en tu respiración»— tan pronto se iniciaban esos pensamientos yo los liberaba rápidamente y me concentraba de nuevo en mi respiración. Supongo que el único medio que tenían para lograr que yo reparara en ellos era hacer que mi nariz trazara unas letras en el aire. Abraham dice que esas maravillosas sensaciones que sentí a través de mi cuerpo cuando me di cuenta de que trazaba unas letras en el aire se debía a la alegría que experimenté al percatarme de nuestra conexión consciente.

Nuestro proceso de comunicación evolucionó rápidamente durante las semanas sucesivas. Dibujar letras en el aire con mi nariz era un proceso muy lento, pero Jerry estaba tan entusiasmado con esa fuente de información clara y viable que a menudo me despertaba en plena noche para formular preguntas a Abraham.

Pero una noche, inopinadamente, sentí una sensación muy intensa que fluía a través de mis brazos, mis manos y mis dedos. Estábamos acostados en la cama viendo la televisión y mi mano empezó a golpear el pecho de Jerry. Mientras mi mano seguía golpeándole, sentí la imperiosa necesidad de sentarme ante mi máquina de escribir IBM Selectric. Cuando apoyé los dedos en el teclado, mis manos empezaron a moverse rápidamente sobre las teclas, como si alguien hubiera descubierto de repente la utilidad de esta máquina de escribir y el lugar que ocupaba cada tecla. Mis manos empezaron a escribir: cada letra, cada número, una y otra vez. Y las palabras empezaron a cobrar forma sobre el papel: «Soy Abraham. Soy tu guía espiritual. He venido para trabajar contigo. Te amo. Escribiremos juntos un libro».

Comprobamos que cuando yo apoyaba las manos sobre el teclado me relajaba, como ocurría durante la meditación, y que Abraham (al que en adelante llamaremos «ellos») respondía a cualquier pregunta que formulara Jerry. Fue una experiencia asombrosa. Eran seres increíblemente inteligentes, amables y accesibles. Siempre estaban dispuestos, a cualquier hora del día y de la noche, a conversar con nosotros sobre el tema que quisiéramos plantearles.

Una tarde, mientras circulábamos en coche por una autovía de Phoenix, sentí una sensación en la boca, el mentón y el cuello semejante a la que experimentamos cuando vamos a bostezar. Era una sensación muy intensa, hasta el punto de que no pude reprimirla. Entonces tomamos una curva entre dos camiones gigantescos, que parecía que iban a invadir nuestro carril al mismo tiempo, y durante unos instantes pensé que se nos echarían encima. Pero de improviso brotaron de mis labios las primeras palabras pronunciadas por Abraham:

—¡Tomad por la próxima salida!
Abandonamos la autovía y nos detuvimos en un aparcamiento situado debajo de un paso elevado, Jerry y Abraham charlaron durante horas. Yo mantuve los ojos cerrados mientras mi cabeza se movía rítmicamente de un lado a otro y Abraham respondía a las incesantes preguntas de Jerry.

¿Cómo es posible que me haya sucedido algo tan maravilloso? A veces, cuando pienso en ello, me resulta increíble. Parece un cuento de hadas, casi como si hubiera frotado una linterna mágica y mis sueños se hubieran cumplido. Otras pienso que es la experiencia más natural y lógica del mundo.

En ocasiones apenas recuerdo cómo vivía antes de que Abraham apareciera en nuestras vidas. Siempre he sido, con escasas excepciones, lo que la mayoría de la gente describiría como una persona feliz. Tuve una infancia maravillosa, sin grandes traumas y, junto con mis dos hermanas, tuve la suerte de tener unos padres amables y cariñosos. Como ya he dicho, Jerry y yo llevábamos felizmente casados cuatro años, y me sentía, en todos los aspectos, contenta y satisfecha. No me consideraba una persona atormentada por numerosas preguntas sin respuesta. De hecho, no solía plantearme muchas preguntas ni me había formado opiniones firmes sobre demasiados temas.

Jerry, por el contrario, estaba lleno de preguntas apasionadas. Era un lector voraz, siempre en busca de herramientas y técnicas que pudiera transmitir a otros para ayudarles a que sus vidas fueran más satisfactorias. Jamás he conocido a nadie más dispuesto a ayudar a otros a gozar de vidas más satisfactorias.

Abraham nos ha explicado que el motivo de que Jerry y yo formemos la combinación perfecta para realizar este trabajo juntos se debe a que el poderoso deseo de Jerry fue el que invocó a Abraham, mientras que la ausencia en mí de opiniones y agobios me convertía en una buena receptora de la información que Jerry había solicitado.

Jerry se mostró eufórico desde sus primeras interacciones con Abraham, pues comprendió la profundidad de su sabiduría y la claridad de lo que le ofrecía. A lo largo de estos años, su entusiasmo por Abraham no ha mermado ni un ápice. Ninguno de los presentes en la habitación disfruta más de lo que dice Abraham que Jerry.

Al principio de nuestras interacciones con Abraham, en realidad no sabíamos lo que ocurría y no teníamos forma de averiguar con quién hablaba Jerry, pero no dejaba de ser emocionante, asombroso, fantástico y curioso. Era tan extraño que estoy segura de que la mayoría de las personas que yo conocía no lo comprendía y probablemente no deseaba comprenderlo. Por consiguiente, hice que Jerry prometiera no revelar a nadie nuestro extraordinario secreto.
Es obvio que Jerry no cumplió su promesa, cosa que no lamento. No hay nada que nos guste tanto como estar en una habitación llena de personas que desean comentar distintos temas con Abraham. Lo que oímos con mayor frecuencia, de personas que conocen a Abraham a través de nuestros libros, vídeos, cintas de audio, talleres o páginas web, es: «Gracias por ayudarme a recordar lo que de algún modo he sabido siempre», y «Esto me ha ayudado a reunir las piezas de la verdad que he ido descubriendo. ¡Me ha ayudado a comprender que todo tiene sentido!».
Abraham no parece interesado en pronosticar nuestro futuro, como haría un clarividente, aunque creo que ellos siempre saben lo que el futuro nos deparará. Son maestros que nos guían desde donde nos hallamos hacia donde deseamos ir. Nos han explicado que su misión no consiste en decidir qué debemos desear, sino ayudarnos a alcanzar lo que deseamos. Como dicen ellos: «Abraham no pretende guiar a nadie hacia algo o alejarlo de algo. Queremos que vosotros tornéis vuestras propias decisiones según vuestros deseos. Nuestro único deseo es que descubráis la forma de alcanzar vuestros deseos».

Mi comentario favorito a propósito de Abraham lo hizo un chico adolescente que acababa de escuchar una cinta en la que Abraham abordaba unas preguntas que le habían planteado otros adolescentes. El chico dijo: «Al principio, no creí que Esther hablara por boca de Abraham. pero cuando escuché la cinta y oí las respuestas de Abraham a esas preguntas, comprendí que Abraham era real, porque no emitía juicios de valor. No creo que ninguna persona pudiera ser tan sabia, tan justa y tan ecuánime».

Para mí, este viaje con Abraham ha sido tan maravilloso que no puedo expresarlo con palabras. Adoro el sentido de Bienestar que he alcanzado gracias a lo que he aprendido de ellos. Me encanta que su dulce orientación me produzca siempre una sensación de poder personal. Me encanta comprobar que las vidas de muchos de nuestros queridos amigos (y nuevos amigos) han mejorado gracias a haber llevado a la práctica las enseñanzas de Abraham. Me encanta que esos seres brillantes y amables aparezcan en mi mente cada vez que los invoco, siempre dispuestos y deseosos de ayudarnos a comprender algo.

(Varios años después de que conociéramos a Sheila y a Theo, Jerry miró el nombre de «Theo» en nuestro diccionario. «¡Theo significa Dios!, me anunció entusiasmado. Es un nombre perfecto, No puedo por menos de sonreír cuando recuerdo ese maravilloso día, que constituyó un jalón muy importante en nuestras vidas. ¡Pensar que yo temía acabar interactuando con el diablo, cuando en realidad me disponía a mantener una charla con Dios!.

Cuando comenzamos a trabajar con Abraham, las personas que asistían a nuestras sesiones querían, que les explicáramos nuestra relación. «¿Cómo se produjo vuestro encuentro con ellos? ¿Cómo mantenéis vuestra relación? ¿Por qué os eligieron a vosotros? ¿Qué se siente al ser el portavoz de esta sabiduría tan profunda?» Al inicio de cada presentación oral o entrevista por radio o televisión Jerry y yo dedicábamos unos minutos a tratar de responder a esas preguntas. Pero esa parte de nuestra presentación me irritaba. Tan sólo deseaba relajarme y dejar que la Conciencia de Abraham fluyera a través de mí, para centrarnos en lo que Jerry y yo considerábamos que era el motivo de nuestra presencia allí.

Por fin decidimos crear una grabación gratuita titulada Introducción a Abraham, para que la gente la escuchara cómodamente, en la que explicábamos los pormenores de cómo comenzó y se desarrolló nuestra experiencia con Abraham. (Hemos incluido esta Introducción de 74 minutos, que se puede descargar gratuitamente en www.abraham-hicks.com., en nuestra página web para explicar quiénes somos y qué hacíamos antes de conocer a Abraham.) Tanto Jerry como yo disfrutamos con el proceso de plasmar el mensaje de Abraham en un formato que pudiera ser escuchado y utilizado por otros, pero siempre hemos creído que lo importante es el mensaje de Abraham.

Esta mañana Abraham me ha dicho: «Esther, somos conscientes de las preguntas que irradian de la conciencia colectiva de vuestro planeta, y estaremos encantados de ofrecer aquí, a través de ti, las respuestas. Relájate y disfruta con la deliciosa creación de este libro.»

De modo que voy a relajarme y dejar que Abraham comience de inmediato a escribir este libro para usted. Imagino que ellos le explicarán, desde su perspectiva, quiénes son, pero, lo que es más importante, creo que le ayudarán a comprender quién es usted. Confío en que su encuentro con Abraham resulte tan valioso para usted como sigue siéndolo para mí.

Cariñosamente, ESTHER

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